Cuando los pozos ya no eran rentables, los cielos abiertos arrancaron a la montaña todo lo que pudiese convertirse en dinero. Ahora quedan los esqueletos de todo lo que fue, y pueblos como el mio, Santa Lucía, destrozados, sin trabajo, sin gente y ya sin la belleza de sus montañas.
Atrás deja los montes lunares, los polideportivos en los que se invirtieron los fondos de la reconversión minera y los pueblos con sus "casas nuevas", "colominas, "tocotes" y "economatos" vacios, negros y tristes. La montaña leonesa llora al carbón y es que alrededor de la minería había una cultura diferente, dura, reivindicativa, guerrera y quizás también oscura, muy oscura. Para los que de alguna manera descendemos de algunos de esos mineros nos queda un ideario colectivo en la memoria de fuscas, santasbárbaras, grisú, candiles y carbón. En la montaña, las ruinas del fuego negro, grietas, heridas, destrucción. En los pueblos, desolación.
El camino es hacia delante y así debe ser la transición hacia energías más respetuosas. Aún así, la nostalgia, quizás embellecida por el tiempo, de lo que fue y de lo que nos contaron palpita en un día como hoy.
Mañana ya no sonará la sirena en mi pueblo.