jueves, 28 de febrero de 2013

El hielero del Cotopaxi




Apenas amanecía, ponía las alforjas a la vieja mula e iniciaba el camino.  Dejaba en el fondo del valle el pequeño pueblo y subía, cerro arriba, por la falda del volcán dormido hasta alcanzar el nevero, a casi 5000 metros de altitud. Y allí, empezaba su trabajo. Pico y pala iba arrancándole cristales helados a la montaña sagrada. Antes del atardecer llegaba con las alforjas llenas a la aldea, dónde le recibía una algarabía de vecinos ansiosos de zumos helados y comida fresca.
Cuando su oficio ya era superfluo en un mundo de neveras y congeladores y todavía alguien le preguntaba por qué seguía, él siempre contestaba con una media sonrisa: "ya ve, ¡dinero fácil!"
Y con él, que ya era mayor, terminaba la saga de hieleros que arrancaba pedacitos del volcán dormido.

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